Moisés: sin quererlo, el
líder perfecto
He aquí una pequeña pincelada de
sabiduría judía (Masejet Iruvin, 13b): “Todo aquel que persiga la
grandeza, la grandeza huirá de él. Todo aquel que huya de la grandeza, la
grandeza le perseguirá”. Así era Moisés, el prototipo de líder ideal. En estas
fechas de celebración de Pascua, recordar el extraordinario liderazgo de Moisés
puede ser una buena lección para todos: tanto para la gente corriente –como
usted o como yo– como para los más altos mandatarios.
Moisés no era una persona común. Era un príncipe. Y
no precisamente un príncipe cualquiera, sino el favorito del rey, el designado
para ser heredero, como describe la Midrash: “Tú dices: ‘Y el niño
crecía’. Sin embargo, no crecía como el común de los mortales. …La hija del
faraón solía besarlo, abrazarlo y amarlo como si fuera su propio hijo. Nunca lo
sacaba del palacio del rey. Y como era hermoso, todos ansiaban verlo. Aquel que
lo veía no era capaz de ignorarlo, y el faraón lo besaba y lo abrazaba. Solía
agarrar su corona, y el faraón la colocaba en la cabeza del niño, tal como
estaba destinado a suceder cuando fuera adulto”.
Sin embargo, Moisés era la antítesis de cualquier
persona con aspiraciones de gobernar. No se trataba precisamente de alguien muy
elocuente, era un repudiado tanto entre los hebreos como entre los egipcios y,
a menudo, no alcanza a comprender a Dios a pesar de ser el portador de Su
mensaje.
Cualquier otro habría abandonado desde el primer momento, pero él no
lo hizo. Tenía esa cualidad que a todos nos encantaría ver en los líderes de
hoy: sentía un genuino amor desinteresado por su pueblo.
Fue su amor lo que le permitió liderar; ese amor
hacía posible que la gente conectara con él, y entre ellos también. Es más, al
final, su amor logró implantar un nuevo atributo en ellos: el amor a los demás.
Cuando por fin se unieron a los pies del Monte Sinaí “como un solo hombre con
un solo corazón”, llegaron a ser una nación. Y en la medida que se mantuvieron
adheridos a la ley del amor, siguiendo el principio de “amarás a tu prójimo
como a ti mismo”, pudieron perdurar como nación.
Al igual que Mordejay en el libro de Ester, Moisés
primero une al pueblo para, a continuación, ser recompensados con el milagro
y la redención final. En el caso de Moisés, fue el éxodo de Egipto, que
culminaría con la llegada a la tierra de Israel. En el caso de Mordechay, fue
el retorno desde Persia tras la “redención” de Hamán y el regreso final a la
tierra de Israel.
No es casualidad que la salvación venga precedida
de la unidad. A pesar de todos los intentos por cambiar y, aunque en ocasiones
veamos actos de bondad, la naturaleza humana es esencialmente egoísta. Esto es
algo tremendamente evidente en nuestro tiempo, basta con mirar a nuestro
alrededor y observar nuestra sociedad; pero es algo que también se sabía desde
hace miles de años, y de ahí las palabras: “el corazón del hombre se inclina al
mal ya desde su juventud”.
Una sociedad no puede perdurar solo con el egoísmo.
Es necesario un equilibrio entre dar y recibir. Moisés enseñó a la gente a no
ir en contra del ego, sino a elevarse por encima de él y cubrirlo con amor: “el
amor cubre todas las transgresiones”. Hoy vemos que estamos perdiendo la
batalla contra nuestro ego, como los antiguos hebreos, que entendieron que no
podían hacerle frente. En su lugar, Moisés les enseñó a elevarse por encima de
él y establecer un pacto de amor mutuo; y ese pacto hizo posible un modelo
social justo basado en la solidaridad mutua. Hasta las más destacadas
democracias tendrían mucho que aprender de aquella sociedad de los antiguos
hebreos.
Ante todo, un líder es un educador. En ese sentido,
Moisés educó a su pueblo en el amor mutuo, y con ello, los ayudó a conectarse
por encima de sus egos. Los hebreos alcanzaron la unidad alrededor del Monte
Sinaí, que recibe su nombre de la palabra hebrea, Sinaah (odio). No
destruyeron la montaña de odio que se erigía entre ellos, sino que enviaron
como emisario al hombre más puro, Moisés, para que la escalara, la conquistara,
y trajera hasta ellos una ley (la Torá) con la cual ser capaces de instaurar el
amor entre ellos del mismo modo que él los amaba.
La Torá nos revela que el proceso para establecer
el estado de “ama a tu prójimo como a ti mismo” no fue sencillo. Y no ha
cambiado desde que fue entregada en el Monte Sinaí. Cuando el pueblo de Israel
implantó la solidaridad mutua y llegaron a ser “como un solo hombre con un solo
corazón”, recibieron el principio de “ama a tu prójimo como a ti mismo”, la ley
más grande de la Torá. Y en ese momento el Creador se dirigió a ellos diciendo:
“Hoy os habéis convertido en un pueblo”.
Mientras la nación llevaba a cabo esta
transformación, Moisés iba abriendo camino, mostrando siempre una dedicación y
devoción hacia su pueblo como nunca antes nadie había mostrado. Y de ese modo,
el prototipo perfecto también se convirtió en el líder perfecto. Moisés nunca
tuvo anhelo de gobernar, ni de riquezas, ni de poder, ni de linaje (era un
príncipe del enemigo en el destierro), ni siquiera anhelaba la elocuencia. Solo
contaba con una redentora cualidad: el amor. Y eso le convertía en el líder
perfecto.
En efecto, solo un líder que se preocupe por
fomentar el amor fraternal –y no la ambición de poder o la autoestima– puede
funcionar en Israel. Que las cosas vayan bien para Israel solo depende de su
unidad, y solamente un líder de ese tipo puede unir a la gente. Si los
dirigentes actuales desean tirar del carro del pueblo judío para que salga de
la ciénaga del antisemitismo, primero deben centrarse en unir a Israel. Y
entonces todos empezaremos a estar a salvo, pero de nuestros propios egos.
Fuente: Michael Laitman
Profesor de ontología, Doctor en filosofía y
cabalá y Licenciado en biocibernética médica. Fundador y presidente del
instituto ARI. Imparte diariamente lecciones de Cabalá a una audiencia
aproximada de 2 millones de personas de todo el mundo, con traducción
simultánea a distintos idiomas, entre ellos: inglés, alemán, italiano, ruso,
francés, turco y castellano. Al día de hoy se han publicado más de 40 libros,
traducidos a 35 idiomas. Entre sus obras se encuentran: “Como un
manojo de cañas”, “La guía para el nuevo mundo” y “La psicología de la sociedad
integral” entre muchos más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario