sábado, 17 de febrero de 2018

Moisés: sin quererlo, el líder perfecto

Moisés: sin quererlo, el líder perfecto


He aquí una pequeña pincelada de sabiduría judía (Masejet Iruvin, 13b): “Todo aquel que persiga la grandeza, la grandeza huirá de él. Todo aquel que huya de la grandeza, la grandeza le perseguirá”. Así era Moisés, el prototipo de líder ideal. En estas fechas de celebración de Pascua, recordar el extraordinario liderazgo de Moisés puede ser una buena lección para todos: tanto para la gente corriente –como usted o como yo– como para los más altos mandatarios.

Moisés no era una persona común. Era un príncipe. Y no precisamente un príncipe cualquiera, sino el favorito del rey, el designado para ser heredero, como describe la Midrash: “Tú dices: ‘Y el niño crecía’. Sin embargo, no crecía como el común de los mortales. …La hija del faraón solía besarlo, abrazarlo y amarlo como si fuera su propio hijo. Nunca lo sacaba del palacio del rey. Y como era hermoso, todos ansiaban verlo. Aquel que lo veía no era capaz de ignorarlo, y el faraón lo besaba y lo abrazaba. Solía agarrar su corona, y el faraón la colocaba en la cabeza del niño, tal como estaba destinado a suceder cuando fuera adulto”.

Sin embargo, Moisés era la antítesis de cualquier persona con aspiraciones de gobernar. No se trataba precisamente de alguien muy elocuente, era un repudiado tanto entre los hebreos como entre los egipcios y, a menudo, no alcanza a comprender a Dios a pesar de ser el portador de Su mensaje. 

Cualquier otro habría abandonado desde el primer momento, pero él no lo hizo. Tenía esa cualidad que a todos nos encantaría ver en los líderes de hoy: sentía un genuino amor desinteresado por su pueblo.

Fue su amor lo que le permitió liderar; ese amor hacía posible que la gente conectara con él, y entre ellos también. Es más, al final, su amor logró implantar un nuevo atributo en ellos: el amor a los demás. Cuando por fin se unieron a los pies del Monte Sinaí “como un solo hombre con un solo corazón”, llegaron a ser una nación. Y en la medida que se mantuvieron adheridos a la ley del amor, siguiendo el principio de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, pudieron perdurar como nación.

Al igual que Mordejay en el libro de Ester, Moisés primero une al pueblo para, a continuación, ser recompensados ​​con el milagro y la redención final. En el caso de Moisés, fue el éxodo de Egipto, que culminaría con la llegada a la tierra de Israel. En el caso de Mordechay, fue el retorno desde Persia tras la “redención” de Hamán y el regreso final a la tierra de Israel.

No es casualidad que la salvación venga precedida de la unidad. A pesar de todos los intentos por cambiar y, aunque en ocasiones veamos actos de bondad, la naturaleza humana es esencialmente egoísta. Esto es algo tremendamente evidente en nuestro tiempo, basta con mirar a nuestro alrededor y observar nuestra sociedad; pero es algo que también se sabía desde hace miles de años, y de ahí las palabras: “el corazón del hombre se inclina al mal ya desde su juventud”.

Una sociedad no puede perdurar solo con el egoísmo. Es necesario un equilibrio entre dar y recibir. Moisés enseñó a la gente a no ir en contra del ego, sino a elevarse por encima de él y cubrirlo con amor: “el amor cubre todas las transgresiones”. Hoy vemos que estamos perdiendo la batalla contra nuestro ego, como los antiguos hebreos, que entendieron que no podían hacerle frente. En su lugar, Moisés les enseñó a elevarse por encima de él y establecer un pacto de amor mutuo; y ese pacto hizo posible un modelo social justo basado en la solidaridad mutua. Hasta las más destacadas democracias tendrían mucho que aprender de aquella sociedad de los antiguos hebreos.

Ante todo, un líder es un educador. En ese sentido, Moisés educó a su pueblo en el amor mutuo, y con ello, los ayudó a conectarse por encima de sus egos. Los hebreos alcanzaron la unidad alrededor del Monte Sinaí, que recibe su nombre de la palabra hebrea, Sinaah (odio). No destruyeron la montaña de odio que se erigía entre ellos, sino que enviaron como emisario al hombre más puro, Moisés, para que la escalara, la conquistara, y trajera hasta ellos una ley (la Torá) con la cual ser capaces de instaurar el amor entre ellos del mismo modo que él los amaba.

La Torá nos revela que el proceso para establecer el estado de “ama a tu prójimo como a ti mismo” no fue sencillo. Y no ha cambiado desde que fue entregada en el Monte Sinaí. Cuando el pueblo de Israel implantó la solidaridad mutua y llegaron a ser “como un solo hombre con un solo corazón”, recibieron el principio de “ama a tu prójimo como a ti mismo”, la ley más grande de la Torá. Y en ese momento el Creador se dirigió a ellos diciendo: “Hoy os habéis convertido en un pueblo”.

Mientras la nación llevaba a cabo esta transformación, Moisés iba abriendo camino, mostrando siempre una dedicación y devoción hacia su pueblo como nunca antes nadie había mostrado. Y de ese modo, el prototipo perfecto también se convirtió en el líder perfecto. Moisés nunca tuvo anhelo de gobernar, ni de riquezas, ni de poder, ni de linaje (era un príncipe del enemigo en el destierro), ni siquiera anhelaba la elocuencia. Solo contaba con una redentora cualidad: el amor. Y eso le convertía en el líder perfecto.

En efecto, solo un líder que se preocupe por fomentar el amor fraternal –y no la ambición de poder o la autoestima– puede funcionar en Israel. Que las cosas vayan bien para Israel solo depende de su unidad, y solamente un líder de ese tipo puede unir a la gente. Si los dirigentes actuales desean tirar del carro del pueblo judío para que salga de la ciénaga del antisemitismo, primero deben centrarse en unir a Israel. Y entonces todos empezaremos a estar a salvo, pero de nuestros propios egos.



Profesor de ontología, Doctor en filosofía y cabalá y Licenciado en biocibernética médica. Fundador y presidente del instituto ARI. Imparte diariamente lecciones de Cabalá a una audiencia aproximada de 2 millones de personas de todo el mundo, con traducción simultánea a distintos idiomas, entre ellos: inglés, alemán, italiano, ruso, francés, turco y castellano. Al día de hoy se han publicado más de 40 libros, traducidos a 35 idiomas. Entre sus obras se encuentran: “Como un manojo de cañas”, “La guía para el nuevo mundo” y “La psicología de la sociedad integral” entre muchos más.

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